LLAMAMIENTO DE PAZ
Mujeres y hombres de distintas religiones nos hemos reunido por invitación de la Comunidad de Sant’Egidio en Amberes, en el corazón de Europa, en una tierra que hace un siglo sufrió el horror de la Gran Guerra europea y mundial. Nos inclinamos ante el recuerdo de todos los que cayeron y repetimos: ¡Nunca más la guerra!
Sin embargo, actualmente la guerra ha vuelto al suelo europeo, se lleva por delante convivencias milenarias en otras tierras y hace sufrir a muchos.
Hemos escuchado la oración de millones de refugiados y fugitivos, de personas que piden no morir de hambre o de sed, o por enfermedades curables en otras partes del mundo; la súplica de dignidad de los pobres, la necesidad de justicia de los pueblos y las periferias del mundo.
El mundo ha tenido grandes posibilidades y tiempo para construir la paz, para acortar las distancias y para prevenir los conflictos antes de que las crisis se hagan demasiado grandes. A pesar de ello, el mundo ha perdido muchas oportunidades. Pero ahora es tiempo de decisión, no de resignación.
La guerra y la violencia en muchas partes del mundo quieren volver a escribir las fronteras, las formas de vida, el modo en el que miramos al otro. Precisamente ahora que el mundo se ha hecho global, corre el riesgo de perder el sentido de un destino común propio.
Hay enfermedades profundas que lo vuelven todo difícil, la división y la resignación contagian y debilitan a muchos: las comunidades religiosas, la política, el orden y las instituciones internacionales.
Las religiones están llamadas a interrogarse: ¿han sabido dar una alma a la búsqueda de un destino común o han quedado atrapadas en una lógica de conflicto? En realidad, las religiones pueden hacer mucho: dar corazón y alma a la búsqueda de la paz como destino común de todos los pueblos.
Hoy asumimos la responsabilidad de la paz cuando muy pocos sueñan con ella.
Las religiones dicen hoy con más fuerza que ayer: no hay guerra santa; eliminar al otro en nombre de Dios es siempre una blasfemia. Eliminar al otro utilizando el nombre de Dios es solo horror y terror. Cegado por el odio, quien actúa así se aleja de la religión pura y destruye la religión que afirma defender.
En este tiempo difícil, nos comprometemos a defender la vida de los hermanos de religiones distintas a la nuestra que están amenazados.
Trabajamos juntos por el futuro del mundo, sabiendo que la guerra es una gran necedad y que la paz es algo demasiado serio para dejarla solo en manos de algunos. El diálogo es la medicina de los conflictos, cura las heridas y hace que el futuro sea posible.
La guerra solo se vence con la paz. Cuando no se logra imaginar los caminos de la paz, quedan solo ruinas y odio. Hay que tener la audacia de pensar la paz, porque, o el futuro es la paz, o no hay futuro ni para vencedores ni para vencidos.
A las jóvenes generaciones les decimos: no os dejéis engañar por el realismo triste que dice que el diálogo y la oración no sirven de nada. El mundo se ahoga sin oración y sin diálogo.
Detener la violencia es posible. Quien utiliza la violencia siempre desacredita su causa. Todo se pierde con la guerra.
Sí, que Dios conceda al mundo el futuro, que es la paz.
Amberes, 9 de septiembre de 2014
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