Mujeres y hombres de distintas religiones, convocados por la Comunidad de Sant’Egidio, se acaban de reunir en el corazón de la vieja Europa para proclamar juntos: “¡Nunca más la guerra!”, una guerra que “ha vuelto a suelo europeo, que se lleva por delante convivencias milenarias en otras tierras y hace sufrir a muchos”.
Frente a ello, “hay que tener la audacia de pensar la paz, porque, o el futuro es la paz, o no hay futuro ni para vencedores ni para vencidos”. Así lo advierten en el Llamamiento de paz [ver íntegro], proclamado en la Plaza Mayor de Amberes, durante la ceremonia de clausura de la XXVIII edición del Encuentro Internacional Hombres y Religiones, celebrado en la ciudad belga entre los días 7 y 9 de septiembre.
Bajo el lema La paz es el futuro: religiones y culturas en diálogo, cien años después de la I Guerra Mundial, personalidades del mundo católico, de la cultura y del diálogo interreligioso, y algunos representantes de las recién elegidas instituciones europeas se sumaron a los cientos de jóvenes que se inclinaron “ante el recuerdo de todos los que cayeron” (visita incluida al cementerio) en una tierra que “hace un siglo sufrió el horror de la Gran Guerra europea y mundial”.
La reunión se abrió con una eucaristía el día 7 en la catedral de Nuestra Señora, presidida por el obispo de Amberes, Johann Bonny, en la que participaron líderes de las distintas comunidades cristianas y entidades eclesiales, entre ellos, el patriarca siro-ortodoxo de Antioquía y de todo Oriente, Ignatius Aphrem II. Ya por la tarde, en el teatro municipal Stadsschouwburg, tuvo lugar la asamblea inaugural del encuentro, que contó con la presencia –entre otros– del fundador de Sant’Egidio, Andrea Riccardi, del intelectual polaco Zygmunt Bauman, del rabino argentino Abraham Skorka o del presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy.
Un total de 25 mesas redondas abordaron, durante los días 8 y 9, toda suerte de temas relacionados con la búsqueda de la paz: desde “Los mártires en el tiempo actual” –presidida por el cardenal nigeriano John Olorunfemi Onaiyekan, arzobispo de Abuja– hasta la propia situación del país africano y cómo “salir del túnel de la violencia” que hoy vive, pasando por “El futuro de Irak”, “La unidad de los cristianos y la paz”, la inmigración y las “razones para convivir” en Europa, las religiones en Asia o la posibilidad del desarme “a cien años de la I Guerra Mundial”.
Como reconocían los asistentes al término de la cita:
- El mundo ha tenido grandes posibilidades y tiempo para construir la paz, acortar las distancias y prevenir los conflictos antes de que las crisis se hagan demasiado grandes.
Por eso, aunque se han perdido “muchas oportunidades”, proclaman que “ahora es tiempo de decisión, no de resignación”. Tanto esta resignación como la división “contagian y debilitan a muchos: las comunidades religiosas, la política, el orden y las instituciones internacionales”, admiten en su mensaje final.
Papel de las religiones
Ante tal situación, “las religiones están llamadas a interrogarse: ¿han sabido dar una alma a la búsqueda de un destino común o han quedado atrapadas en una lógica de conflicto?”. De ahí que, conscientes de que las religiones “pueden hacer mucho” en esa búsqueda, en Amberes ratificaran su compromiso con la paz “cuando muy pocos sueñan con ella”. Se puede leer más adelante:
- Las religiones dicen hoy con más fuerza que ayer: no hay guerra santa; eliminar al otro en nombre de Dios es siempre una blasfemia. Eliminar al otro utilizando el nombre de Dios es solo horror y terror. Cegado por el odio, quien actúa así se aleja de la religión pura y destruye la religión que afirma defender.
Para que esto no suceda, “en este tiempo difícil, nos comprometemos a defender la vida de los hermanos de religiones distintas a la nuestra que están amenazados”, sostienen en su llamamiento, antes de reafirmar su apuesta por el diálogo como “medicina para los conflictos” y su intención de trabajar juntos por el futuro del mundo, “sabiendo que la guerra es una gran necedad y que la paz es algo demasiado serio para dejarla solo en manos de algunos”.
En este sentido, instan a las jóvenes generaciones a no dejarse engañar por “el realismo triste que dice que el diálogo y la oración no sirven de nada”. “El mundo –añade el texto– se ahoga sin oración y sin diálogo”. Y, a modo de plegaria final, concluyen: “Sí, que Dios conceda al mundo el futuro, que es la paz”.
En el nº 2.908 de Vida Nueva