Comunità di S.Egidio

Pascua 2003
Via Crucis


V Estaci�n
Un juicio regular y falso

Llevaron a Jes�s ante el Sumo Sacerdote, y se re�nen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Tambi�n Pedro le sigui� de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calent�ndose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedr�n entero andaban buscando contra Jes�s un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra �l, pero los testimonios no coincid�an. Algunos, levant�ndose, dieron contra �l este falso testimonio: �Nosotros le o�mos decir: Yo destruir� este Santuario hecho por hombres y en tres d�as edificar� otro no hecho por hombres.� Y tampoco en este caso coincid�a su testimonio. Entonces, se levant� el Sumo Sacerdote y poni�ndose en medio, pregunt� a Jes�s: ��No respondes nada? �Qu� es lo que �stos atestiguan contra ti?� Pero �l segu�a callado y no respond�a nada. El Sumo Sacerdote le pregunt� de nuevo: ��Eres t� el Cristo, el Hijo del Bendito?� Y dijo Jes�s: �S�, yo soy, y ver�is al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.� El Sumo Sacerdote se rasga las t�nicas y dice: ��Qu� necesidad tenemos ya de testigos? Hab�is o�do la blasfemia. �Qu� os parece?� Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, le cubr�an la cara y le daban bofetadas, mientras le dec�an: �Adivina�, y los criados le recibieron a golpes.
(Mc 14, 53-65)


Giotto
Ges� condotto davanti a Caifa


La cr�nica es descarnada: empiezan a torturar a Jes�s. Le procesan, le escupen, le abofetean. Los mismos siervos le golpean. La banda de violentos con espadas y palos se desata sobre �l recopilando todo tipo de energ�as: sumos sacerdotes, ancianos, escribas, falsos testigos que se contradicen entre ellos, etc... Pero Jes�s �segu�a callado y no respond�a nada�. La simpat�a hacia todos, el amor por todos, y la palabra han sido humillados; ya no queda m�s que el silencio. S�lo hay respuesta para una pregunta decisiva: ��Eres t� el Cristo, el Hijo del Bendito?�. Era la pregunta que pod�a costarle la vida. La respuesta de Jes�s (�S�, yo soy�) no es suya, es una cita de la Escritura: �ver�is al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo�. Es el salmo 104. Se trata tambi�n de una palabra del profeta Daniel. Basta esta respuesta extra�da de la Biblia para hacer llegar a la condena a un tribunal que ya se hab�a decidido. Todos sentenciaron que era reo de muerte. Desde aquel momento, los palos, las espadas, la conjura, la identificaci�n con un grupo de violentos, perseguir a toda costa el propio inter�s, parecen tener definitivamente la raz�n. Jes�s calla. Responde con la Palabra de Dios y es condenado.
Jes�s se queda solo ante sus acusadores y comienza la farsa de un falso juicio. Es uno de los muchos falsos juicios que se disfrazan de procesos formales, justos y respetuosos. La m�quina del mal necesita encontrar culpables y sacrificar a alguien. No es s�lo la historia de Jes�s, sino la historia de hoy, de procesos, de condenas a muerte. Sin embargo, en el caso de Jes�s, nos encontramos ante una magistratura religiosa, crecida en el estudio de la ley de Mois�s, en la escuela de hombres sabios y llenos de piedad, una ley respetuosa con la vida, que hac�a de este pueblo, el pueblo jud�o, un pueblo ejemplar. Ni siquiera estos hombres de religi�n saben juzgar seg�n la justicia y buscan falsos testigos. Jes�s es condenado por blasfemar, como un hombre sin religi�n.
Pero, �d�nde est� la religi�n de sus jueces? No hay religi�n sin amor por el hombre que se tiene delante. Dice el ap�stol Santiago: �La religi�n pura e intachable ante Dios Padre es �sta: visitar hu�rfanos y viudas en su tribulaci�n�. Esto era lo que ense�aban tambi�n los sabios de Israel. No hay religi�n sin amor por el hombre que se tiene delante. De hecho, Dios ha querido hacerse hombre en medio de nosotros para que le escogi�semos a �l, hombre, conducido a la cruz. No hay justicia sin amor por el hombre que se tiene delante. No basta con las formas. El justo ha sido crucificado a trav�s de un procedimiento penal correcto. Si se conservasen las actas de dicho proceso, las leyes y la sentencia, el resultado ser�a: confesi�n del reo.
Al final, impresiona el hecho de que Jes�s haya sido condenado no en base a falsos testimonios, sino en base a su confesi�n, que es considerada como blasfemia. La confesi�n del Evangelio es considerada una blasfemia que a veces puede cobrarse el precio de no ser considerados como hombres, plenamente hombres. A veces, acaba costando la condena a muerte. Es la historia de Jes�s pero tambi�n la de otros muchos.
Impresiona tambi�n que, despu�s de la proclamaci�n de la condena por el sumo sacerdote, seg�n las reglas, empiecen a torturarle: deja de ser un hombre, le escupen, le ponen las manos encima, le abofetean. Los condenados a muerte no tienen los derechos de los otros hombres. Pero no s�lo son los soldados los que le abofetean. Tambi�n los siervos, los que se hab�an resguardado al calor, se armaron de coraje y empezaron a golpearle. A esas alturas era presa de todos, ya no era un hombre. Un condenado, un deshecho, uno reducido hasta ese punto, uno que blasfema, un culpable, ya no es un hombre. Pero, �qui�n sigue siendo humano si �l ha dejado de serlo? En esta actitud vemos la dureza de una religi�n, de cualquier religi�n o ideolog�a, cuando no tiene piedad ni justicia, y, sobretodo, cuando no mira a la cara al hombre que tiene delante.


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