Comunità di S.Egidio

Pascua 2003
Via Crucis


VIII Estaci�n
La muerte de un vencido

Y obligaron a uno que pasaba, a Sim�n de Cirene, que volv�a del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del G�lgota, que quiere decir: Calvario.
Le daban vino con mirra, pero �l no lo tom�. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qu� se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripci�n de la causa de su condena: �El rey de los jud�os.� Con �l crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Y los que pasaban por all� le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: ��Eh, t�!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres d�as,�s�lvate a ti mismo bajando de la cruz!� Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: �A otros salv� y a s� mismo no puede salvarse.�El Cristo, el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.� Tambi�n le injuriaban los que con �l estaban crucificados.
Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona grit� Jes�s con fuerte voz: �Elo�, Elo�, �lem� sabactan�?�, -que quiere decir- ��Dios m�o, Dios m�o! �por qu� me has abandonado?� Al o�r esto algunos de los presentes dec�an: �Mira, llama a El�as.� Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujet�ndola a una ca�a, le ofrec�a de beber, diciendo: �Dejad, vamos a ver si viene El�as a descolgarle.� Pero Jes�s lanzando un fuerte grito, expir�. Y el velo del Santuario se rasg� en dos, de arriba abajo. Al ver el centuri�n, que estaba frente a �l, que hab�a expirado de esa manera, dijo: �Verdaderamente este hombre era hijo de Dios.�
(Mc 15, 21-39)


Giotto
La crocifissione


El dolor de este hombre es grande, terrible: el cansancio de un hombre destrozado que carga con la cruz, la tortura de la crucifixi�n, el abandono, la desesperaci�n, la oscuridad envolvi�ndolo todo. En esta condena a muerte se pone de manifiesto una lentitud malvada, como un rito de muerte, en medio de un teatro violento que se desarrolla despacio, sin ninguna piedad hacia el que muere.
En los comentarios de los que pasaban por all�, en las burlas de los escribas y los sumos sacerdotes, y en los insultos de los que estaban crucificados con �l, hay una constataci�n: no se salva a s� mismo. �No puede�, dicen, poniendo de relieve su impotencia. Quiz� no quiere. Ante la mayor�a parece desesperado e impotente: sin embargo, quiz� es que se ha confiado enteramente a las manos de Dios. En esta impotencia se esconde el secreto de la fuerza de la fe que nadie entiende. Su impotencia esconde toda su fe sufriente.
Est� solo, desesperadamente solo a lo largo de este lento rito de muerte. Alguien se le acerca, Sim�n de Cirene, que ven�a del campo y era padre de Alejandro y Rufo. Rufo y su madre eran quiz� los cristianos de Roma recordados por Pablo en la carta a los romanos.
�Qu� puede significar un poco de ayuda entre tanto dolor, en medio de tanta gente que se abate como fieras contra un inocente? La ausencia de piedad aflora con todas sus fuerzas. �Por qu� tanto odio contra un vencido? Se descubre el gusto de gente d�bil y violenta que, para sentirse fuerte, menos vulnerable, menos d�bil, debe golpear a un vencido. Sucedi� en el Calvario, y sucede con frecuencia en muchas partes del mundo, all� donde hay un pobre hombre humillado como el crucificado.
Su muerte fue terrible: sobre la cruz, en una tarde oscurecida. Como �nico consuelo, una esponja empapada en vinagre. El Evangelio relata dos testimonios acerca de esta muerte. Uno, an�nimo, es de algunos de los presentes, que al o�r las palabras del salmo 22 (��Dios m�o, Dios m�o! �por qu� me has abandonado?�), creyeron que llamaba a El�as. De hecho, dec�a Elo�, o, como dice el Evangelio de Mateo El�, El�, que quiere decir Dios, y les parec�a que llamaba a El�as. Parecen las palabras confusas de una agon�a, cuando la conciencia empieza a desvanecerse.
Los presentes, sin embargo, tienen la sensaci�n de participar en un acontecimiento extraordinario, hasta el punto de decir: �Veamos si viene El�as para bajarle de la cruz�. Tienen la sensaci�n de que alguien vendr�a a bajarle de la cruz. No es normal que El�as venga. Indudablemente, hay una extra�a expectativa en medio de los presentes, la de que El�as pudiera venir para salvarle de la cruz. Mor�a un hombre que los presentes empezaban a sentir confiado en una gran fe: pensaban que El�as vendr�a a liberarle. Era una muerte que, m�s all� drama, empezaba a decir algo. Pero Jes�s, dando un fuerte grito, expir�.
Hay otro testimonio, el de un centuri�n, que tambi�n hab�a colaborado con su parte en aquel rito de muerte: estaba frente a �l y le observaba. Le vio morir de esa manera. Conocemos la reacci�n de ese centuri�n ante aquella muerte: �Verdaderamente este hombre era hijo de Dios� dijo. La forma de morir del Se�or fue extraordinaria, como extraordinaria era su forma de vivir. Sus �ltimas palabras son las palabras del Salmo. Los presentes presumen que alguien deb�a venir a liberarle, porque este hombre que muere es un hombre extraordinario. �Verdaderamente este hombre era hijo de Dios�.
Jes�s es un hombre extraordinario, pero, sin embargo, es un pobre hombre que muere indefenso y abandonado como los m�s m�seros de este mundo. Es tambi�n un hombre com�n, como todos, pero que sufre y muere mucho peor que la mayor�a de la gente.


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