Roma: en la Basílica de San Bartolomeo, memoria de un obispo camboyano víctima del genocidio de los jemeres rojos
17 de septiembre de 2010
El 16 de septiembre, monseñor Olivier Schmitthaeusler, obispo auxiliar coadyutor del vicario apostólico de Phom Penh, Camboya, entregó a la Comunidad de Sant’Egidio un recuerdo de monseñor Joseph Chhmar Salas, antecesor suyo, que murió a los 39 años en septiembre de 1977 durante el genocidio que llevaron a cabo los jemeres rojos.
Se trata de un fragmento de la cama de madera sobre la que, durante la deportación, el obispo celebraba clandestinamente la liturgia.
Durante el régimen de los jemeres rojos, que se calcula que causó la muerte de más de un millón setecientas mil personas, cualquier tipo de culto estaba prohibido y castigado con la muerte.
Al finalizar la oración, el fragmento fue colocado en el altar donde se guardan los recuerdos de los mártires y testigos de la fe de Asia y Oceanía.
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El obispo Joseph Chhmar Salas nació en 1937 en Phnom Penh, Camboya. Realiza estudios de teología en París. Es ordenado sacerdote en 1964 y sirve a la Iglesia formando a catequistas en la diócesis de Battambang.
La víspera de la entrada de los jemeres rojos en Phnom Penh, en abril de 1975, se invitó a los extranjeros y a los misioneros a irse al extranjero para ponerlos a salvo, lejos de la situación de peligro. La iglesia camboyana corría el peligro de quedarse sin pastores porque los extranjeros iban a ser expulsados o encarcelados y se planteaba la necesidad de ordenar a un obispo camboyano. El padre Salas, que estaba en Francia durante un año sabático, recibió una carta del obispo Yves Ramousse que lo invitaba a volver. Dejó el seminario de las Misiones Extranjeras de París sin hacerse ilusiones. “Voy a Camboya para morir allí”, decía a sus hermanos. Pero obedeció al obispo y volvió inmediatamente al país. La ordenación episcopal fue anticipada y apresurada porque la toma de Phnom Penh por parte de los jemeres rojos era inminente, y en la ciudad ya había el toque de queda. Consagrado obispo el 14 de abril de 1975, fue nombrado obispo coadyutor del vicariado apostólico de Phnom Penh.
Tres días después, el 17 de abril, los jemeres rojos entraban en Phnom Penh, evacuaban a toda la población, incluyendo a enfermos, ancianos y niños. Empezaba el genocidio que iba a provocar un millón setecientas mil víctimas, entre ellas, el obispo. Bajo el control del Angkar (la Organización), durante más de cuatro años se sucedieron deportaciones de todos los ciudadanos –el pueblo nuevo– hacia el campo. Las condiciones de vida eran casi de esclavitud; las familias eran separadas y se vivía en comunas; los hijos eran separados de sus padres. Todos los que habían estudiado, o llevaban gafas, o conocían un idioma extranjero, eran sospechosos a los que había que reeducar o suprimir. Las escuelas eran clausuradas y se intentaba reducir el vocabulario a dos mil palabras básicas. Al no estar acostumbrados a las duras condiciones de vida del campo, miles de personas murieron por cansancio, a causa, entre otras cosas, de las reformas agrícolas que los jemeres rojos realizaban siguiendo antiguas tradiciones, que no tenían en cuenta las técnicas modernas. El país, cerrado para los observadores, estaba en manos de un reducido grupo de familiares y fieles de Saloth Sar (Pol Pot), y se convierte en un enorme campo de concentración.
El 18 de abril por la mañana, la orden de evacuar llega también para monseñor Salas y los dos sacerdotes camboyanos que se habían separado por precaución de sus hermanos franceses. Al partir, el obispo pide: “¡No nos olvidéis! Hablad de nosotros al mundo”. Luego se unió al enorme flujo de gente silenciosa que se dirigía hacia el norte de la capital. Algunos testigos aseguran que el obispo, en una etapa del camino, los había bendecido diciendo: “Hermanos, seguramente ya no tendremos ocasión de reunirnos en oración. Aunque paséis hambre, miseria y sufrimiento, conservad la fe y comunicadla”.
El obispo, los padres, algunas religiosas con niños huérfanos lograron permanecer juntos y llegaron al pueblo de Taing Kauk, en la provincia de Kompong Thom, que fue declarado “cooperativa colectiva”. Monseñor Salas fue enviado a Phum Chan, un pueblo a pocos quilómetros, donde la comida era especialmente escasa a causa de la carestía provocada por el régimen. Cada uno debía buscarse comida, y se alimentaban de raíces y de cuanto encontraban. Monseñor Salas contrajo beri-beri y sufrió un edema pulmonar.
En la dureza de la vida, el obispo daba testimonio de su fe, cuyo recuerdo nos ha transmitido su hermana, que lo acompañó en la deportación. Le arrebataron su Biblia y su túnica fue utilizada para hacer ropa de trabajo. La gran cama que había en la cabaña de paja donde vivían se convirtió en el altar donde celebraba la eucaristía a escondidas. Un fragmento de esta cama-altar, que hoy custodian los cristianos en el lugr del martirio de monseñor Salas, será entregado para ser expuesto en la Basílica de San Bartolomeo all’Isola.
Cuando al Angkar enroló a personas para las “tropas móviles de sector”, monseñor Salas se presentó voluntario para poderse encontrar con otros religiosos y religiosas dispersos por el país. En septiembre de 1977 la hermana recibió la noticia de que había fallecido, a los 39 años, en la pagoda de Teuk Thla, transformada en hospital. Algunos testigos explicaron que había muerto de agotamiento y de hambre. Enfermo de edema, y no pudiendo trabajar, no recibía la ración de arroz destinada a los trabajadores. Solo recibía agua. Debilitado y con gran sufrimiento, murió con una pequeña Biblia en la mano que le fue retirada. Fue enterrado por el Angkar.
Todos los responsables de la Iglesia católica y once pastores evangélicos fueron asesinados o murieron de cansancio bajo el régimen de Pol Pot. Todas las iglesias, los conventos y los cementerios fueron sistemáticamente derribados. Tras 1979, con la liberación de los jemeres rojos, el recuerdo de la fe de monseñor Salas y de los demás mártires ha acompañado el renacimiento de la Iglesia.