El sábado 25 de febrero, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro Sierra, tomó posesión del título cardenalicio de Santa María en Trastévere celebrando una liturgia solemne y festiva en la que participaron muchos peregrinos españoles junto a la Comunidad de Sant'Egidio y los parroquianos de Trastévere. Durante su homilía, el cardenal manifestó su alegría por recibir dicho título de manos del papa Francisco, precisamente por su lazo de afecto, estima y colaboración con la Comunidad de Sant'Egidio.
Reproducimos las palabras de la homilía:
Eminencias, Excelencias, querido párroco de esta comunidad cristiana, Comunidad de Sant'Egidio, hermanos y hermanas,
querría empezar agradeciendo a Dios el don que el Santo Padre, el papa Francisco, me ha hecho al concederme el título de cardenal de Santa María en Trastévere, incorporándome así a la Iglesia de Roma como cardenal presbítero. Gracias a todos ustedes que forman esta comunidad parroquial, y muchas gracias a la Comunidad de Sant'Egidio, que conocí ya en el inicio de mi ministerio sacerdotal y episcopal, y con la que he contado mucho para anunciar el Evangelio.
En la diócesis de Madrid he sentido su proximidad y la colaboración con mi ministerio proclamando la Buena Nueva a los más pobres. Ahora el Señor me concede la gracia de vivir esta incorporación a la Iglesia particular de roma, y el Santo Padre me ha concedido este título de Cardenal Presbítero: de ese modo puedo estar aún más cerca de aquellos que vivieron el origen de esta comunidad que intenta hacer realidad la cultura del encuentro, sirviendo siempre a los más pobres, incluso en las circunstancias más adversas que impiden las relaciones fraternas entre los hombres.
Hoy querría pedirles ayuda para hacer realidad lo que de modo tan hermoso nos dice el Salmo 61 que hemos cantado: “Solo en Dios encuentro descanso”. Es cierto, solo de Él viene la salvación, Él es la roca en la que podemos sentar las bases de la vida y de las relaciones entre los hombres. Él nos da la esperanza y nos hace vivir en ella, Él nos pone en el vértice de la seguridad. En Él encontramos el reposo que todos los seres humanos necesitamos para vivir y dejar vivir a todos aquellos que están a nuestro alrededor, y hacer que esta humanidad sea una gran familia, la familia de los hijos de Dios.
Es la primera vez que vengo a esta parroquia a predicar el Evangelio. Quiero acercar a sus corazones la Palabra de Dios que hemos proclamado. Tras haberla acogido en mi corazón creo que el Señor nos propone tres dimensiones:
Primera: Dios no olvida a los hombres. ¡Qué alegría son para el corazón de los hombres las palabras que acabamos de oír! Nunca debemos pensar que Dios nos ignora. Es el ser humano el que muchas veces, a causa de sus egoísmos, para buscar el poder, para no proteger ni defender la dignidad que Dios le ha dado, ignora a Dios. Pero han oído claramente que el profeta Isaías hacía la siguiente pregunta a Dios: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?". Siempre contestaríamos que una madre no puede hacer eso. Pero Dios va mucho más allá: aunque la madre olvidara, dice, "yo nunca te olvidaré". Es decir no nos deja nunca solos, sin nada, nos da lo que necesitamos, nos da su dignidad, nos ha hecho a su imagen. (Cfr Is 49, 14-15).
Segunda: Somos siervos y administradores de la Vida que Jesucristo nos regaló. Debemos dar un rostro humano a Jesucristo por todas las calles que recorren los hombres. esucristo ilumina lo que a veces está oculto en las tinieblas. Es tarea nuestra servir a la paz, a la reconciliación, a la justicia de Dios. Muchas veces todo eso queda oculto y lo que se ve con el egoísmo, la guerra, la cultura del descarte, la injusticia. Dando nuestra vida se puede hacer visible lo que el Señor nos ha dado como gracia y que a través de nosotros quiere dar a todos los hombres. Servir y administrar la vida del Señor en nosotros es tarea nuestra, y al mismo tiempo es una alegría para nosotros. (Cfr 1 Co 4: 1-15).
Tercera: Con confianza absoluta y total en Dios, somos enviados por el mundo para anunciar la Buena Nueva a todos los hombres. Que el Reino de Dios sea lo más importante de nuestra vida. De ese modo podemos vivir confiando absolutamente en el Padre que se preocupa de todos y sabe lo que necesitamos. Pero tenemos entender bien el mensaje que nos da Jesús, que no nos invita a la pereza y a la irresponsabilidad. Él nos invita a vivir la confianza que es opuesta a la angustia, al ansia, a las ganas que quererlo controlar todo. Confiemos en el amor de Dios, continuemos trabajando por su Reino.
Co¡Qué hermoso es descubrir la clave del mensaje del Evangelio que hemos proclamado! La clave radica en lo que es esencial para Jesús: "buscad primero el Reino de Dios y su justicia", que significa transformarnos a nosotros mismos profundamente como imagen de Dios y transformar a imagen de su Reino el modelo social en el que vivimos. Cuando vivimos y nos centramos en lo que es esencial, experimentamos el Evangelio como Buena noticia y entendemos la pregunta: "¿De qué sirve tantas ganas de tener si estamos vacíos? ¿De qué sirven tantas preocupaciones si nos falta lo esencial?". De ahí las palabras de Cristo: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Jesús no pretende hacer una comparación con estas palabras, no compara dos divinidades. Porque no se puede comparar al dios dinero con el verdadero Dios que se nos reveló plenamente en Jesucristo. (Mt 6, 24-34).
El Señor se hace presente realmente en el misterio de la Eucaristía, aquí en este altar, en breve. Nos pide que confiemos en Él. Este encuentro con el verdadero Dios que nos dice quién es Dios y quiénes somos nosotros, hoy nos hace esta pregunta: ¿qué mundo, qué sociedad, qué relaciones entre los hombres queremos construir? Él nunca se olvida del hombre, nos dio su vida para servir a los hombres en Él, con Él y como Él; para que confiando en Él hablemos de él con obras y palabras a todos los hombres. Él nos da una vía de salida: servirle a Él, servir a Su causa, para servir a la causa del hombre con todas las consecuencias. Santa María en Trastévere, ruega por nosotros. Amén.
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Tras la liturgia, el cardenal ha departido familiarmente con Andrea Riccardi y con otros representantes de la Comunidad.
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