La Comunidad de Sant'Egidio acaba, con razón, de lanzar un llamado de atención acerca de la difícil situación en la que se encuentra la población que aún se encuentra dentro de la ciudad de Alepo, en Siria. Hablamos de la más poblada de ese país, que ha estado bajo asedio violento desde hace ya dos interminables años. La que contenía una notable ciudad vieja que, por su importancia, fue designada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1986. Ella es todavía escenario constante de combates armados, como consecuencia de los cuales muchos de sus lugares han sido reducidos a escombros.

El llamamiento aludido incluye la necesidad de acordar establecer allí, sin demoras, un corredor humanitario. Hay aún dentro de Alepo nada menos que dos millones de personas, que hasta no hace mucho habían vivido sin enfrentamientos pese a que en esa cifra se incluye tanto a musulmanes como a unos 300.000 cristianos. Algunos barrios de la ciudad, la mayoría de ellos, están todavía en manos de las fuerzas militares que responden a los Assad. Otros, en cambio están controlados por los distintos grupos insurgentes.

Entrar y salir de la ciudad, para los cristianos al menos, implica un riesgo cierto de perder la vida, atento a que entre los varios sitiadores aparecen distintas milicias que pertenecen y responden a los grupos fundamentalistas más radicalizados. Los dos obispos de la ciudad, recordemos, están secuestrados desde hace ya más de un año.

Hay hambre por doquier, al tiempo que escasean los medicamentos. Por esto las largas columnas de sirios que, cuando tienen la oportunidad, escapan al horror de la guerra. Claro que no todos pueden hacerlo.

Los jihadistas, en su loca irresponsabilidad, además cortan el agua que abastece a la ciudad. En estas condiciones, para quienes permanecen aún en el interior de Alepo, la vida se ha transformado en una larga tortura.

La intervención internacional es indispensable para que puedan consensuarse sin demoras las alternativas que permitan evitar la continuidad de la actual devastación. Los combates deben cesar en torno a la ciudad y su población debería ser efectivamente protegida. De lo contrario, la masacre en curso no se detendrá y un nuevo desastre de proporciones se abatirá sobre el sufrido Medio Oriente.

Es cierto que el tema de los refugiados y desplazados es conmovedor. Pero hay otras situaciones muy graves, como la que afecta a la ciudad de Alepo, que por ahora no suscitan la atención preferente de la comunidad internacional, a pesar de la magnitud del peligro que existe para su población. Es de esperar que ella no quede encerrada dentro de un muro más, el de la indiferencia.