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LLAMAMIENTO DE PAZ
Mujeres y hombres de religiones distintas nos hemos reunido por invitación de la Comunidad de Sant'Egidio, de la Iglesia ortodoxa autocéfala y de la Conferencia Episcopal de Albania, en Tirana, capital de un país que, después de haber experimentado la prepotencia del mal que excluyó a Dios y la libertad de la vida del pueblo albanés, es un símbolo de la convivencia entre religiones. Agradecemos a las autoridades y al pueblo albanés por la espléndida hospitalidad de estos días.
Hoy el mundo cambia rápidamente. Quizás no hemos sabido dar una alma a su crecimiento y transformación. Nuestro mundo corre el peligro de perder el sentido del límite y se siente todopoderoso, mientras crecen poderes anónimos que juegan con el destino de los pueblos.
Conocemos el sufrimiento que provocan la idolatría del poder y del dinero, la corrupción, alejarse de Dios en nombre del yo, el consumo desenfrenado e insostenible de la creación, el dominio del hombre sobre el hombre, el proyecto loco de un mundo sin el otro, el dolor de guerras infinitas, contagiosas, fuera de control.
70 años después de la hecatombe nuclear y el fin de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad parece haber olvidado que la guerra es una aventura sin retorno. Sí, las guerras parecen haberse convertido en algo normal y muchos se sienten atraídos por la terrible fascinación de la violencia. La fuerza del mal hoy afecta a millones de niños, mujeres, ancianos, familias: crea combatientes dominados por una lógica violenta y loca. Millones de refugiados se agolpan en Asia, a los bordes de Europa, y en otras zonas del mundo.
Nuestro siglo XXI tiene ante sí una disyuntiva: elegir entre resignación y un futuro de esperanza, entre indiferencia y solidaridad. Tenemos que globalizar la solidaridad. Debemos abrir las puertas de nuestro corazón, nuestros países, porque no hay muros ni alambres de espino que puedan parar la necesidad de vivir y de poder dar un futuro a los hijos. A las religiones les decimos: ayudemos al mundo a encontrar una respuesta humana a las guerras, a las migraciones mundiales, a la crisis medioambiental, a las numerosas pobrezas y a la petición de sentido de muchos.
Como líderes de religiones y culturas distintas sentimos el imperativo moral de ayudar al mundo a no destruirse, a no dejar morir los sentimientos de humanidad.
A los gobernantes les decimos: la guerra no se gana con la guerra; ¡es un error! La guerra se escapa siempre de las manos. ¡Que nadie se engañe! La guerra deshumaniza a pueblos enteros. Empecemos de nuevo con el diálogo, que es un gran arte y una medicina insustituible para la reconciliación entre los pueblos.
A nuestras religiones les recordamos: la guerra nunca es santa, eliminar y oprimir al otro en nombre de Dios es siempre una blasfemia. Eliminar y oprimir al otro y su historia utilizando el nombre de Dios es un horror.
Que crezca un movimiento de pueblos por la paz y la resistencia al terrorismo y a la violencia. Que el Espíritu de Asís nos guíe a ser más audaces y valientes en la búsqueda de la paz y en la construcción de sociedades en las que convivir con gente diferente sea pacífico y positivo.
La paz viene de Dios, por eso imploramos el don indivisible de la paz. Es la lengua del futuro. Aprendamos todos de nuevo la lengua del diálogo y de la paz.
La paz siempre es posible. Por eso tenemos que construirla juntos, todos, creyentes y no creyentes. ¡Construyamos la paz! Con la ayuda de Dios transformaremos este tiempo en un tiempo de paz. Porque no hay nada imposible para Dios.
Tirana, 8 de septiembre de 2015
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