Patriarca Ecuménico de Constantinopla
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Introducción
Es para mí un honor dirigirme a esta edición de los encuentros internacionales por la paz, la del 30 aniversario, organizada por nuestros queridos amigos de la Comunidad de Sant'Egidio, en colaboración con la diócesis de Asís y con las Familias Franciscanas. Es un verdadero privilegio para mí estar ante tantos líderes religiosos y políticos, que desean sinceramente ser incisivos en un mundo que tiene "sed de paz".
Hace poco hemos sido testigos del deseo sincero de que nuestras comunidades y nuestro planeta estén a salvo: fue cuando todo el mundo estuvo de luto por la pérdida de tantas vidas y tanta belleza a causa del terremoto que afectó a la Italia central. Somos conscientes de que la paz, en cuanto don y fin que "supera toda comprensión", es algo a lo que anhelamos y que deseamos con gran pasión y mucho sufrimiento. Solo se puede obtener a través de un diálogo que no pone condiciones y a través del cuidado de toda la creación. Esto es algo que en parte es innato y en parte se aprende.
Diálogo entre credos y culturas
Recuerdo cuando era joven, que conocí al Patriarca Ecuménico Atenágoras, un líder extraordinario, con sensibilidad ecuménica, un hombre alto, con unos ojos penetrantes y una larga barba. El Patriarca Atenágoras era conocido porque invitaba a las partes en dificultad a encontrarse para poder resolver sus conflictos; les decía: "Vengan, mirémonos a los ojos y veamos qué tenemos por decirnos". ¡Había entendido que la paz es algo personal! Mirarse uno a otro honestamente, para comprenderse y cooperar es un concepto de vital importancia en cualquier diálogo religioso que tenga el objetivo de establecer la tolerancia y la paz en el mundo. En los últimos años hemos sido todos testigos de cambios constructivos y creativos en la sociedad contemporánea, en el sentido de una mayor apertura e integración con los otros credos y las minorías. Al mismo tiempo en el mundo hemos experimentado episodios de exclusión y violencia contra los emigrantes y los refugiados. Si realmente tenemos sed de paz tenemos que trabajar sin duda por la paz. Por eso el Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, en su mensaje final, declaró: "Un diálogo interreligioso serio ayuda de manera significativa a fomentar la confianza recíproca, la paz y la reconciliación".
El motivo fundacional de la apertura y del diálogo, en última instancia, es que todos los seres humanos se encuentran ante los mismos desafíos. El diálogo, pues, lleva a personas provenientes de culturas distintas a salir del aislamiento, preparándolas para un intercambio de respeto mutuo y de convivencia. Naturalmente, algunos tienen convicciones fuertes –podríamos decir fundamentalistas– y sacrificarían su propia vida antes que cambiar de opinión. Otros, por desgracia, llegarían incluso a quitar la vida a víctimas inocentes para defender su punto de vista. Por eso estamos obligados a escuchar con más atención, a "mirarnos uno a otro" con amor y compasión, a mirarnos más profundamente "a los ojos". De hecho, en realidad, estamos más cerca unos de otros de cuanto estamos lejos o somos distintos.
Naturalmente, no somos tan inocentes de afirmar que se puede dar el diálogo sin riesgos ni costes. Entrar en relación con otra persona, de cultura o de fe distinta, lleva consigo la incertidumbre del resultado final. No obstante, cuando nos convencemos de que el diálogo es posible, sucede algo sagrado. En la voluntad de abrazar al otro, más allá de todo temor o prejuicio, la realidad de algo, o de Alguien, que está más allá de nosotros mismos, nos conquista. Entonces nos damos cuenta de que el diálogo tiene beneficios que son muy superiores a los peligros.
Cultura y medio ambiente
Hemos puesto de relieve repetidamente la noción del mundo como nuestra casa (oikos) y de los conceptos asociados de economía (oikonomia) y ecología (oikologia). La "Ecología" es el cuidado de la casa común, mientras que la "economía" hace referencia a su gestión. Precisamente por eso el Patriarcado Ecuménico ha dado gran importancia, en su atención y en su ministerio, a la defensa del medio ambiente. Este planeta es realmente nuestra vivienda, pero también es la casa de todos, y de toda criatura animal, y de toda vida que tiene su origen en Dios. Además, es la casa de las jóvenes generaciones, incluidos los que todavía no han nacido. Por desgracia, nuestra economía global está creciendo hasta el punto de superar la capacidad que tiene nuestro planeta de sostenerla.
Está en juego no solo nuestra capacidad de vivir de manera sostenible, sino también nuestra supervivencia y la supervivencia del planeta. Tal como hemos podido observar, pues, la paz no es solo algo personal si no que también es "ecológica", llega y afecta a todos los aspectos y todos los detalles de nuestra vida y de nuestro mundo. Esta realidad se nos ha recordado con fuerza cuando hemos visto la ciudad de Amatrice en ruinas, hace pocos días.
La teología ortodoxa da un paso más y afirma que toda acción humana deja una huella permanente en los pobres de la tierra. La manera en que el hombre se comporta ante la creación tiene consecuencias directas sobre las demás personas. De hecho, los más afectados por los efectos del calentamiento global serán los que menos se podrán permitir soportarlos.
Por otra parte, el problema de la contaminación está asociada directamente al de la pobreza. Al final, toda actividad "ecológica" se medirá y se juzgará por las consecuencias que tendrá sobre la vida de los pobres (como leemos en el Evangelio de Mateo, en el capítulo 25). Quiero citar ahora la Encíclica del Santo y Gran Concilio: "El enfoque ante el problema ecológico sobre la base de los principios de la tradición cristiana requiere no solo el arrepentimiento por el pecado de la explotación de los recursos naturales del planeta –por tanto, un camio radical en la mentalidad y en el comportamiento– sino también el ascetismo como antídoto al consumismo, a la divinización de las necesidades a la actitud de acumular".
La cultura de la paz
Hace siglos, un místico cristiano declaraba: “Conquista la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán su paz”. De algún modo el diálogo por la paz empieza en nuestro interior. Eso comporta a su vez una dimensión religiosa, que nunca se puede separar de la paz sincera, tanto a nivel local como a nivel global. En cuanto comunidades religiosas y líderes espirituales debemos recordar constantemente a las personas la responsabilidad y la obligación de optar por la paz a través del diálogo.
Sin embargo, lograr el diálogo y la paz requiere invertir por completo lo que es norma para el mundo. Requiere una transformación de los valores que están profundamente arraigados en nuestro corazón y en la sociedad. La transformación en sentido espiritual es nuestra única esperanza de romper el ciclo de violencia e injusticia, porque la guerra y la paz son básicamente decisiones humanas.
Eso significa que construir la paz es una cuestión de decisión y de cambio individual e institucional. Empieza en nuestro interior y se irradia al exterior, primero a nivel local y luego, global. La paz requiere por eso una especie de conversión interior (metanoia) –un cambio de políticas y de prácticas. Hacer la paz requiere compromiso, valentía y sacrificio. Requiere la voluntad de ser personas de diálogo y una cultura del cambio.
Es muy importante, pues, que las comunidades de amor y de solidaridad, como hoy Sant'Egidio, reúnan a líderes religiosos y políticos, autoridades civiles y representantes de la sociedad para que compartan la reflexión y la cooperación para encontrar respuestas a un mundo que tiene "sed de paz". ¿Qué podría ser más oportuno para las tres principales Iglesias Crisitanas (Catolicismo, Ortodoxia y Protestantismo), así como para las tres comunidades de fe abramíticas (judaísmo, cristianismo y islam), que caminar juntas y colaborar para el mismo objetivo: aliviar el sufrimiento de todos los hombres y perseguir el diálogo por la paz?
Conclusión
Queridos amigos, hemos intentado delinear para ustedes las dimensiones profundas y esenciales de la paz, la personal, la ecológica y la cultural. Aceptar ser comunidades o culturas que hacen suyo el diálogo religioso, la conciencia ecológica y la convivencia pacífica es siempre una decisión sobre cómo queremos relacionarnos con los demás, con el medio ambiente y con el mundo.
Además, hemos querido subrayar que la paz es un acontecimiento común, una empresa colectiva. La paz debe ser una respuesta ecuménica a una responsabilidad ecuménica. Solo podemos mantener la paz y defender nuestro planeta a través de la cultura del diálogo.
La única pregunta que estamos llamados a contestar es: "¿Quieres recobrar la salud?" (Jn 5,6). Si no lo queremos, nos quedaremos inmóviles y seremos incapaces de dar una respuesta al sufrimiento paralizador que hay a nuestro alrededor. Pero si lo queremos, se nos ha asegurado que la más pequeña semilla de paz puede tener un efecto inmenso sobre el mundo. ¡Así es el Reino de los Cielos! (Mt 13, 13-32).
Que la bendición de Dios esté con todos ustedes.
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