Ser anciano en África: en Conakry la Comunidad reconstruye un tejido humano, contra el abandono y la soledad
17 de abril de 2010
“¿Que quiénes son estas jóvenes que vienen a visitarme? ¿Cómo que quiénes son? ¡Son mis hijas!”
Así responde Hadja Bintouya, de 71 años, con diez hijos, ahora todos lejos. Pero las mismas palabras están en boca de Mouna, de 73 años, de origen libanés, viuda desde hace unos años, que sin ayuda no podía continuar con su pequeña tintorería, que estaba a punto de cerrar.
Lo repita con una risa contagiosa también Kamissoko, que a sus 80 años todavía conserva una preciosa voz, potente, una “griotte” que cantaba historias mágicas para Sekou Touré, el primer Presidente de Guinea, y que enseña orgullosa su fotografía con él.
Son al menos cincuenta los ancianos que la Comunidad conoce y visita en muchos barrios de la ciudad desde hace algo menos de un año.
Parece extraño pensar en los “ancianos” en Guinea, uno de los países africanos con uno de los índices de vida media más bajos del continente (49 años). Pero en realidad es una emergencia real, en un país pobre, sin ninguna política social.
También allí una vida que se alarga puede convertirse, por desgracia, en una maldición, por la pobreza, la soledad, el abandono, la pérdida del papel en la sociedad, la enfermedad, la ausencia de una cultura de solidaridad con los ancianos, considerados a menudo, a causa de su edad, como personas “embrujadas”, gente a la que hay que evitar. Todo se hace más difícil.
Gracias a la presencia y a las visitas de la Comunidad de Sant’Egidio, que son realmente nuevas “hijas”, la gente del barrio recobra ánimos. Poco a poco se reconstruye un tejido, una red de solidaridad alrededor de estas vidas débiles. La vida vuelve a nacer, y también vuelven algunas sonrisas.