Vicario general de la diócesis de San Salvador, El Salvador
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Apenas elegido Papa, el cardenal Jorge Mario dijo que sus hermanos cardenales habían elegido papa a alguien que venía “del fin del mundo”. Pensaba, sin duda, en su país natal, Argentina, geográficamente remoto respecto a Europa. Presumo, sin embargo, que el papa Francisco no ha escapado del “fin del mundo”. Y esto por dos razones. La primera porque trae consigo los aires buenos de Argentina en su corazón. Y segundo, porque alejándose de aquel “fin del mundo”, ha venido a vivir y a testimoniar su fe, en otro “fin del mundo”.
Pienso en el “fin del mundo” a cuyo propósito San Juan de la Cruz, dice que será una tarde en que “todos seremos juzgados por el amor”. Evidentemente, se trata del amor al prójimo, y entre ellos, a los más pobres de este mundo. Amor y pobreza de las que San Francisco de Asís es icono escatológico.
Claramente, al adoptar el nombre programático de Francisco para su papado, y al venir a vivir en Roma, ciudad eterna enmarcada dentro de la geografía del Pobre de Asís, el papa Francisco vive ahora en el “fin del mundo” que le permite testimoniar del amor que nos lleva de la mano hasta el término de nuestra salvación.
I. “El fin del mundo” de la esperanza
Francisco viene de Argentina, un país del continente de las ambigüedades, en donde los bautizados en Cristo empiezan a inquietarse del hecho de que en sus sociedades, –como dice Aparecida –“se generan nuevas formas de empobrecimiento, exclusión e injusticia” (DA 521) En donde, hay muchas desigualdades sociales, no obstante que sus habitantes reconocen “una profunda vocación a la unidad” inscrita en sus corazones (DA 523), de la cual la Iglesia se constituye “sacramento de comunión, morada de los pueblos, casa de los pobres de Dios” (DA 524).
En la América de la esperanza, hay quienes han querido abolir las injusticias y desigualdades sociales a fuerza de revoluciones sangrientas. Jorge Mario, con todos sus colegas cardenales y hermanos en el episcopado, propusieron en Aparecida sanar los males sociales desde las bondades calladas, pero reales, que hay en el corazón de los latinoamericanos. Es decir, desde la fuerza de la solidaridad.
En Aparecida se nos dice que los latinoamericanos y caribeños nos reconocemos como una familia, es decir, “con una experiencia singular de proximidad, fraternidad y solidaridad” (DA 525) América Latina, recalcan los obispos latinoamericanos, “no es un hecho geográfico; tampoco una suma de pueblos y de etnias que se yuxtaponen. América latina, una y plural, es la casa común, la gran patria de hermanos” (DA 525)
Reafirman los obispos en Aparecida lo dicho, pero reconocen que si bien “no hay otra región que cuente con tantos factores de unidad como América Latina, se trata de una unidad desgarrada porque atravesada por profundas dominaciones y contradicciones, todavía incapaz de incorporar en sí todas las sangres y de superar la brecha de estridentes desigualdades y marginaciones” (DA 527) La profunda contradicción del continente latinoamericano es que, siendo uno del mayor número de católicos, sea también el de mayor inequidad social”(DA. ibid)
El Papa argentino trae en su corazón esa fisura dolorosa de América Latina, una fe profundamente lastimada por la injusticia social. Con perspectiva de amor franciscano, ha aceptado ser Papa para sembrar el dolor de aquellos pueblos lejanos como semilla de esperanza, en la tierra del más pobre de entre los pobres, San Francisco de Asís.
II. “El fin del mundo” del amor
Desde esta tierra italiana, cuna del pobre de Asís, se oye un grito evangelizador para toda Europa y el mundo entero, esta vez en voz del latinoamericano, Papa Francisco, que con Aparecida pregona : “Necesitamos un nuevo Pentecostés! Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el “sentido” de verdad y de amor, de alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia” (AD 548)
El entonces Cardenal Bergoglio, ahora el Papa que calza sandalias franciscanas, firmó en Aparecida el Documento Conclusivo que, entre otros bellos compromisos tiene el siguiente: “somos testigos y misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos areópagos de la vida pública de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo “ad gentes” nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia” (DA ibid)
Los católicos europeos se sentirían ofendidos si se les dice que sus países se han vuelto países de misión. Y en realidad no lo son, en el sentido canónico de la palabra, pero, como ellos, todos necesitamos ser evangelizados de nuevo, en la perspectiva de la “Nueva Evangelización” propuesta por Juan Pablo II. Benedicto XVI, tan celoso de la evangelización de Europa, cuna del cristianismo occidental ahora tan descristianizada, dijo, con ocasión de la clausura del Sínodo de Obispos sobre la evangelización, en octubre del 2012, dijo que “la nueva evangelización está esencialmente conectada con la misión ad gentes.” (Homilía del 28-10-2012)
Esto lo dijo el Papa alemán, no sólo en el sentido de que todos los ya evangelizados tenemos que adoptar la actitud misionera y vivir su compromiso en la fe; sino en el sentido de que muchos otros, necesitan ser evangelizados de nuevo, aunque no pertenezcan ya más a países de misión.
III. La misión
La urgencia y el compromiso de la misión es el tema que más profundamente toca el corazón del papa Francisco. Hizo de él la parte medular de las palabras que, con ocasión de su visita al Brasil, pronunció ante el Comité de Coordinadores del CELAM. Pero ahora su lenguaje matiza aquel del 2007 del Documento de Aparecida, con las exigencias que emanan de su responsabilidad papal.
Después de recordar que la misión no es un añadido a los programas pastorales ya vigentes en una diócesis y en las parroquias, dijo que la misión es una acción paradigmática que envuelve y anima desde dentro la acción pastoral en su totalidad. Añadió, que no se puede ser misionero de Jesucristo en la Iglesia de hoy, sino hay una auténtica conversión pastoral. Esto nos tiene que llevar a recuperar el espíritu de la misión que Cristo nos mandó cumplir en el mundo, y, además, replantear las actitudes pastorales y el funcionamiento de las estructuras eclesiales buscando el bien de los fieles y de la sociedad.
El mundo se vuelve laico, sin Dios. Pero, bendito sea Dios que tenemos laicos bautizados en nuestras comunidades que se mueren de ganas por servir a la Iglesia en la misión que tiene que cumplir en el mundo de hoy. Europa da ejemplo de la necesidad de pasar de una pastoral meramente rural a otra de estilo urbano. Pero no dejemos de cultivar los valores humanos y cristianos que parecen crecer mejor en el mundo rural. Es una misión pastoral de compromiso. Hay que superar la “cultura de siempre”. Hay que emigrar a la cultura de hoy, pero sin perder el espíritu que nos viene de la fuente de nuestra fe, la Palabra de Dios, el amor comunitario fraterno, la cercanía humana y la comunión con la naturaleza que Dios nos dio.
La misión la realizan los misioneros. Los misioneros son de Jesucristo. Jesucristo vive encarnándose siempre en la realidad en que vivimos; sigue muriendo por los pecados del mundo, y sigue resucitando en la esperanza de los pueblos por ver llegar un tiempo mejor. De esto se sigue, que el misionero no deja de ser discípulo de Jesús, el Maestro de la historia.
IV La Iglesia
La realidad que vivimos en nuestro tiempo es la supremacía del poder sobre el servicio. Un poder que domina y margina a los más débiles del mundo, que se ven obligados a vivir en la periferia de la exclusión. Por otra parte, las ONG´s acolitan las acciones del poder dominador. La Iglesia corre el peligro de dejar de ser iglesia sacerdotal, al servicio de, para convertirse en iglesia de acolita del poder, es decir ambiciosa y excluyente.
Queremos más bien, dijo el Papa “una Iglesia Esposa, Madre, Servidora, facilitadora de la fe” Una Iglesia de “cercanía y de encuentro”, al modo “cómo se nos reveló Dios en la historia. El dios cercano a su pueblo, cercanía que llega al máximo al encarnarse.” El Papa nos invita a deponer “las pastorales lejanas”, “disciplinarias, controladoras de principios, conductas y procedimientos organizativos; sin cercanía, sin ternura, sin caricia” Es la “revolución de la ternura” la que provocó la encarnación del Verbo de Dios.
Nos invita el Papa a evitar las pastorales de distancia “que son incapaces de lograr el encuentro: encuentro con Jesucristo, encuentro con los hermanos”. Son pastorales que nunca logran ni inserción eclesial ni pertenencia a la Iglesia. “La cercanía” –en cambio-“crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma forma de diálogo y crea una cultura del encuentro”.
V. Obispos, pastores y no jefes
Cual un nuevo San Pablo aconsejando a Timoteo, el Papa Francisco nos dice desde América Latina, pero siendo ya Obispo de Roma, que “Los obispos han de ser pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan “psicología de príncipes”. “Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra”, para subir de rango y de poder, crecer en fama y en otras cosas extrañas al evangelio.
VI Qué puede esperar Europa de un papa latinoamericano
Hasta ahora hemos dicho lo que un Papa latinoamericano puede aportar a la Iglesia universal. Preguntémonos ahora que puede esperar un europeo de un Papa latinoamericano. Para esto me avoco a una conversión que sostuvo LIMES con Andrea Riccardi.
Andrea piensa que la Iglesia está marcada “por el senil gris de Europa”, para decirlo con palabras de David Turoldo. Y la pregunta que se hace Andrea es si la Iglesia del tercer milenio es una realidad anacrónica. Y si lo es, se pregunta si dicho anacronismo la convierte en algo arcaico o más bien en profética. Es decir, ¿la convierte en una institución que ya no está en sintonía con nuestro tiempo, o bien en un universo que puede recuperar “proféticamente”.
El papa Benedicto XVI, como hombre de ciencia tenía la visión de la realidad de la Iglesia como una minoría, en Europa y en el mundo entero. En base a esta realidad, como gran teólogo, Ratzinger generó el concepto propositivo de Iglesia como “minoría creativa”, es decir, una Iglesia que aun siendo minoría, es capaz de cambiar el mundo. Según Andrea Riccardi, el problema radica en la idea de “minoría creativa” como capacidad de cambiar el mundo. Es una cuestión seria, porque la imagen de la Iglesia en Europa, y en el mundo entero en general, se ha ido oscureciendo más y más.
Europa es un ámbito todavía crucial. Wojtyla y Ratzinger estaban convencidos de que si se perdía Europa se perdería también el cristianismo católico. ¿Pensará lo mismo Bergoglio? Andrea Riccardi piensa que sí, aunque tal vez Europa no será la prioridad principal de este papa, a diferencia de sus dos predecesores. Pero no la dejará de lado. Francisco adoptará probablemente un enfoque pastoral hacia el Viejo Continente y querrá afrontar el problema ecuménico, especialmente con la Iglesia ortodoxa.
Aunque no sea que por sus orígenes, el Papa Bergoglio es también europeo, estos orígenes están muy vivos en él. Bergoglio tiene muy presente el problema de la unidad de la Iglesia. Tiene una “forma mentis” profundamente conciliar: el diálogo y el encuentro forman un pilar de su experiencia humana y espiritual. No obstante, Andrea Riccardi no definiría a Francisco como un papa teológicamente progresista: es sin duda un hombre muy social, pero desde una perspectiva meramente pastoral.
VII Qué esperamos los salvadoreños del papa Francisco
Quiero terminar este coloquio proponiéndoles una última reflexión sobre lo que podemos esperar los salvadoreños del papa Francisco. Al dar respuesta a la pregunta, a muchos parecerá que está planteada con mira meramente provincial. Porque Monseñor Oscar Arnulfo Romero es un cristiano de todos los pueblos. Siendo la Voz de los sin voz, él está donde quiera en el mundo haya seres humanos amordazados para no decir la verdad; donde quiera haya pobres que son víctimas de la injusticia social, allí está él también; donde quiera haya bautizados que quieren ser siempre fieles a la Iglesia según el principio “sentire cum ecclessia”, ahí está el obispo Romero; donde quiera haya gente rica que practica la justicia y la caridad, no puede faltar su presencia siempre amigable y misericordiosa.
Tuve la dicha de visitar a Jorge Mario Bergoglio, por dos veces en Buenos Aires, siendo Cardenal y arzobispo de aquella arquidiócesis. Las dos veces fui recibido como rey. No sin cierto desconcierto de mi parte, porque él, tan naturalmente, parecía ser servidor de esa casa y no dueño de la misma. Me recibió en su oficina, que más parecía una habitación de encuentros amigables y fraternos que un despacho para clientes o creyentes.
En la última visita de las dos que le hice, en 2012, tuve dos grandes emociones. La primera, visitando la casa de los sacerdotes ancianos ya retirados, me di cuenta de que estaban preparando una habitación, que adquiría un perfil de sobriedad y sencillez. Pregunté que para quién preparaban esa habitación y el Diácono encargado de servir a los ancianos, me dijo que la habitación era para el Cardenal Bergoglio que estaba ya por retirarse y quería pasar los últimos años de su vida viviendo en cercanía con los más ancianos y sirviendo a los más enfermos sacerdotes de su arquidiócesis.
La segunda gran emoción fue cuando le entregué en sus propias manos, el último libro que había escrito sobre la vida de Monseñor Romero. Le expliqué que yo fui el primero en escribir la primera biografía de Monseñor Romero, por los años 1985. Le dije que esta escrito en el prefacio de esa biografía mis excusas al lector por no decir nada de la vida de Romero cuando era joven estudiante en Roma, por no tener documentación para el caso. Le explicaba entonces, que recientemente había encontrado un cúmulo de fichas escritas a mano por el mismo Romero, y eran precisamente las notas espirituales de su juventud.
Con la inédita documentación en mano, me puse a completar la biografía ya escrita, y resultó un bello libro que es como el Diario del alma de Monseñor Romero. El título que le di al libro es: ASI TENÍA QUE MORIR, SACERDOTE, PORQUE ASÍ VIVIÓ.
Este libro fue una revelación para todos, pues hasta entonces todos los libros versaban sobre Monseñor Romero mártir, Monseñor Romero Profeta, Monseñor Romero “Voz de los sin voz” etc. Nadie había leído nada de lo que Romero era por dentro, de sus opciones cristianas y de su crecimiento espiritual. En el libro cotejo los apuntes espirituales de la juventud de Romero con sus cuadernos espirituales como arzobispo, y queda claro una coherencia, una continuidad y un crecimiento feliz.
El entonces Cardenal Bergoglio me agradeció el presente que le hice poniendo en sus manos este libro, y estoy seguro que habrá descubierto una dimensión doblemente grata a sus ojos. Primero, la personalidad cristiana profundamente evangélica de Monseñor Romero, y luego, la espiritualidad cien por ciento ignaciana con que estaba chapada su vida, su alma, su pensamiento y su corazón.
Mons. Jesús Delgado Acevedo
San Salvador, septiembre de 2013
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