El arzobispo Oscar Romero, asesinado en El Salvador el 24 de marzo de 1980, en el altar, mientras celebraba la eucaristía, fue beatificado ayer en Roma. Y una de las personas que mejor conoce su trayectoria, el historiador Roberto Morozzo, profesor de la Universidad Roma Tre y autor de la biografía Monseñor Romero. Vida, pasión y muerte en El Salvador (ed. Sígueme, 2010), ha estado en Barcelona, invitado por Armand Puig, para dar una conferencia en la Facultat de Teologia.
¿Qué relación, personal e intelectual, tuvo Óscar Romero con la teología de la liberación?
El modo de pensar de Romero era eclesiástico, no político. Era un sacerdote que se preocupaba por el bien de las personas, que se convirtió a su pesar en un personaje político. Su fuerza se la daba la fe. Tenía ideales cristianos, no políticos. Su idea era una sociedad solución política sino de eliminar el pecado, el egoísmo, la violencia. Se decía que era un hombre ingenuo pero cuando sentenciaba que con el amor se podía resolver todo, lo decía con una gran autoridad, sus homilías eran muy solemnes. Hablaba de conversión, pecado, perdón... expresiones no de la política sino confesionales. Consideraba positivo que un laico hiciese política, pero no un sacerdote. Y llego a pedir a los obispos belgas que hiciesen regresar a unos sacerdotes muy politizados.
O sea que estaba lejos...
Es que no se sentía teólogo sino pastor. En su casita tenía libros de la teología de la liberación que le habían regalado pero no los había ni abierto.
¿Fue rechazado por la extrema derecha y por la extrema izquierda?
La oligarquía de El Salvador no veía pecado en la explotación de los pobres. Y la guerrilla, pese a que en su mayor parte era de origen cristiano, se enfrentó a él porque no estaba a favor de la violencia revolucionaria. Además en octubre de 1979, apoyo el golpe de los militares reformistas si estos introducían cambios en el país, mientras que la guerrilla los quería combatir.
¿Qué puede aportar a la Iglesia la beatificación de Óscar Romero?
La idea del papa Francisco es que hay que ir al pueblo y que esta debe ser la actitud de la Iglesia, como los curas de las villas miserias de Buenos Aires. Bergoglio había organizado un equipo de 30 curas en la periferia de Buenos Aires. Quería que la Iglesia estuviese con los pobres y no con los ricos. La Iglesia de hoy debe estar cerca del pueblo y no encerrada en las sacristías.
¿Por qué en el islam no surgen más líderes y portavoces contra la violencia, en la línea de Romero?
En el mundo islámico hay menos individualidades que en Occidente. Y ha tenido una evolución cultural distinta. No ha conocido la Ilustración, ni las revoluciones burguesas ni el drama de los totalitarismos. El islam es un mundo más antiguo. Hay muchas personas buenas, honestas, generosas, pero no hay grandes figuras. En Egipto he conocido a representantes musulmanes que defienden los derechos humanos, que se oponen a la pena de muerte, quizá contra la voluntad de la mayoría. Es un movimiento con un ritmo histórico diferente.
Claves del personaje, según Morozzo
Óscar Romero era una persona humilde, frágil (tenía tres confesores y dos psicólogos), siempre dudaba pero cuando tomaba una decisión iba hasta el final.
-Tenía una gran cultura, predicaba muy bien y su palabra fascinaba (se hizo famoso por las emisiones de radio donde además de la homilía con comentarios bíblicos daba noticias que la prensa del régimen censuraba).
-Era un gran patriota, salvadoreño, latinoamericano, pero ligado a la Santa Sede.
-Le influyó mucho el asesinato de su amigo el jesuita Rutilio Grande.
Desde aquel día no quiso salir más en público con los militares.
Abominaba de los totalitarismos. Fue una conversión pastoral.
-Aceptó una muerte inminente. Le ofrecieron marchar del país y respondió: “Un pastor no huye”.
Pasaba miedo por las noches en la casita del conserje del hospital donde vivía solo. Fue un mártir. Lo pudieron matar en cualquier momento pero eligieron hacerlo durante la misa.
-La frase “si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño” es apócrifa. No creo que la pronunciara.
No se sentía un profeta mesiánico.
Ha habido intentos para capitalizar su figura.